««En presencia de los ángeles te alabaré». Meditemos, pues, con qué actitud debemos estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, y salmodiemos de tal manera, que nuestro pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca». S. BENITO
Desde el coro, nos unimos a la Iglesia y a todos los hombres y mujeres con nuestra alabanza. Vemos avanzar el día, caer la noche, comenzar otra jornada. Es bonito pensar que avanzamos, como un día sucede a otro, juntas hacia la vida eterna.
Nuestra vida tiene su clímax en el Oficio Divino y la Eucaristía, siete veces al día como Israel nos juntamos a cantar y dar gracias porque Él es autor de toda misericordia. Ponemos voz a los que sufren, a los que le han quitado la voz.
En realidad toda nuestra vida es oración. Por eso nuestra plegaría no se limita a las horas de la Liturgia, sino que nuestra oración es continua, cada cosa se ofrece y al ofrecerlas tienen un sentido y se vuelven oración.
«La ociosidad es enemiga del alma; por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y a otras, en la lectura divina». S. BENITO
El trabajo es ley común a todos los hombres y mujeres. Las monjas trabajamos y en eso también nos unimos a la humanidad. Al final estar en un monasterio no solo va de orar, sino de convertir en oración nuestro trabajo. Esto se consigue poniendo una gran dosis de amor en cada acción, sin dejar que pase nada sin que sea ofrecido a Dios por la salvación del mundo.
Nuestro trabajo en El Tiemblo se concreta en la dirección y contabilidad de nuestro colegio y el internado. además de esto realizamos las labores propias de una casa y la atención y cultivo de nuestra finca conventual de la que recogemos hortalizas y frutas para nuestro abastecimiento.
En cada acto personal o comunitario nuestra alabanza se une a las labores que realizamos. Ora et Labora es el lema más conocido de la Orden y esa simbiosis da sentido a nuestras vidas.
DESDE ENTONCES VIVIMOS AQUÍ.
AÑOS PIDIENDO POR TI.
VIVIENDO CON ILUSIÓN.
«A todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él lo dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis»». S. BENITO
Nuestro Padre fue claro en cuanto al trato que hemos de dar aquellas personas que se acercan a nuestro monasterio buscando a Dios. Debe recibirse como si fuera el mismo Cristo y «agasajarlo con todas las comodidades de la hospitalidad». Se le debe acompañar en sus problemas y orar junto a él para confortarle.
Los monasterios benedictinos no están formados por una reunión perfecta de santas, sino de mujeres que comprenden la fragilidad de nuestra naturaleza y avanzan unidas a Cristo por el camino de la perfección.
Nuestras casas han sido llamadas «casas de conversión», pues el principio de la fundación muchas almas han encontrado y renovado la comunión con Dios a la sombra de nuestros monasterios. por eso la acogida es parte de nuestra evangelización.
«Levantémonos, pues, de una vez; que la Escritura nos espabila, diciendo: «Ya es hora de despertamos del sueño» y, abriendo nuestros ojos a la luz de Dios, escuchemos atónitos lo que cada día nos advierte la voz divina que clama: «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones»». S. BENITO
No somos ermitañas, sino cenobitas. Por eso en nuestra esencia está el sentido de familia, conscientes de haber emprendido por los votos que nos unen, un camino común de ascensión espiritual cuya finalidad es configurar nuestra alma, actitudes y pensamientos a Jesús.
Nuestra oración y nuestro trabajo, nuestras preocupaciones o proyectos nacen de poner en común aquello que pensamos. Bajo el acompañamiento de la abadesa avanzamos hacia el cielo sabiéndonos parte de una comunidad mucho mayor, la Iglesia.
Cada hermana tiene lo necesario para vivir y el trabajo no tiene una finalidad utilitarista: todo es de todas. Desde las mayores hasta las jóvenes nos juntamos al corazón de Cristo y construimos en familia el Reino de Dios, porque «separadas de Él, nada podemos hacer».